El entorno social, la educación y la
experiencia de cada cual, dan una visión personal y diferente sobre la
necesidad de saber defenderse. Aunque en nuestra sociedad no debería existir
esa necesidad, lo cierto es que no paran de aumentar las probabilidades de ser
agredidos. La crisis de valores que vivimos hace que se llegue fácilmente a
actitudes antisociales y violentas.
En el caso particular de las mujeres,
aunque actualmente son mas conscientes de sus capacidades y posibilidades,
todavía se mantiene una educación que hace que sean percibidas como un
colectivo vulnerable, lo que llega a hacer mella, aunque sea de manera
inconsciente, también en la propia percepción. Este papel de víctima es además
presentado una y otra vez en los medios de comunicación, pues son de más
interés las noticias de algunas mujeres agredidas que las de muchas otras que
logran superar el trance.
Esta situación de inseguridad
generada en las mujeres las lleva a asistir a cursos de defensa personal, lo
que está muy bien, pues hemos de responsabilizarnos de nuestra propia seguridad
en todos los ámbitos de nuestra vida. Sin embargo, cuando se asiste a uno de
estos cursos, los objetivos, aunque son percibidos como necesarios, no siempre
están bien definidos y en muchas ocasiones no son realistas. Algunas quizás ya
hayan sufrido algún episodio de violencia en mayor o menor grado y buscan
respuestas demasiado personalizadas, otras, influenciadas por imágenes de
películas o por falsas promesas de infalibilidad, piensan que con un curso
cubrirán el expediente.
Estos cursos no pueden considerarse
más que como una iniciación, aunque es verdad que pueden ayudar mucho en los
aspectos de prevención y de recuperación de traumas causados por experiencias
sufridas.
Deberíamos hacer un análisis crítico y
objetivo de nuestro entorno y de nuestras circunstancias y así identificar
nuestras verdaderas necesidades personales. Después, aclarar una cuantas ideas
de lo que denominamos “defensa personal”.
En nuestra sociedad de consumo se nos
ofrecen muchas opciones que van cambiando rápidamente de aspecto según las
modas y gustos imperantes, y que hacen promesas no siempre del todo reales.
Pero la defensa personal en sentido estricto no es mas que la respuesta a una
agresión ilegítima hacia nuestros derechos o hacia nuestra integridad física,
lo que no siempre implica el contacto físico, y que además incluye en gran
medida la prevención. Su lema debería ser algo así como: “prevenir antes que
pelear, no perder antes que ganar”. Por ello, esto implica ciertos
conocimientos en materia de prevención e incluso de legislación, al margen de
mantener un entrenamiento constante que nos permita sentirnos preparados tanto
física como mentalmente. Los conocimientos de lucha vendrán después o a la vez
que este entrenamiento.
Al practicar un sistema de lucha
enfocado a la defensa personal, como puede ser el Karate más original, encontramos
que uno de sus pilares es el respeto hacia nosotros y hacia los demás. Este
respeto es precisamente lo que nos permite ser agresivos cuando es necesario,
sin llegar a ser violentos. En muchos sistemas se esgrime la idea de que hay
que actuar “a fondo” y que el no hacerlo dará una ventaja al contrario, ya que
este no estará inhibido por cuestiones morales. Podemos ver por tanto
demostraciones en las que se rompen articulaciones, se atacan ojos o se rompen
cuellos, en las que se derriba al adversario y se le golpea sin piedad como
respuesta a un simple agarre. Me pregunto si no se estará promocionando la
violencia gratuita en vez de la defensa de nuestros derechos.
El respeto hacia el adversario es el
respeto hacia uno mismo, y esta debe ser la premisa para actuar de forma
agresiva y firme, no sobrepasando los límites de una adecuada respuesta (adecuada
en relación tanto a la victima como al agresor). Es lícito defenderse e incluso
saludable, pues aquellas mujeres que se han defendido de forma activa
(agresiva) de un ataque violento, además de aumentar sus posibilidades de
escape, se recuperan antes y mejor física y emocionalmente, y son menos
propensas a sufrir secuelas.
Creo
que los cursos de defensa personal deben proporcionar fundamentalmente
información para la prevención, y mostrar de manera práctica que para aprender
a defenderse en la vida cotidiana es necesario el entrenamiento constante en un
sistema reconocido y enfocado a ese fin, que nos proporcione un elevado sentido
moral de nuestros derechos y deberes, que cuide de nuestra salud y que vaya mas
allá de las habilidades físicas o técnicas con la idea de derrotar a un agresor
violento, desarrollando también actitudes para prevenir o manejar el conflicto.
“Mi mujer llegó a tener un profundo
conocimiento el arte (del Karate). Tenía un buen nivel y solía mediar entre
disputas de borrachos. El éxito dependía enteramente de su poder de persuasión” Gichin Funakoshi sensei, “Karate-do Ichiro” , 1956
Antonio Avila