Una vez le dije a Tsuyako-san: No se si usted (siempre le hablé de usted) me recordará en un futuro, pues son muchos los que como yo han tenido la suerte de conocerla, pero para mi, la experiencia de venir a Okinawa y poder aprender en mi propio idioma tantas cosas de alguien que conoce tan de cerca las costumbres y a los maestros, es un valioso regalo que nunca olvidaré.
Espero volver alguna vez mas a Naha, pero será como ir a otra ciudad, pues me faltará mi estimada Tsuyako-san, me faltará el “Sudaka”.
Mercado de Sakaemachi |
En una de las entradas al mercado de Sakaemachi, donde aún se respira el ambiente de posguerra de los años 50, estaba el, llamémoslo restaurante, “Sudaka”, con sus letras en romaji enmarcadas por la bandera argentina, segunda patria de Tsuyako-san.
"SUDAKA"
Al abrir la puerta del local uno podría pensar que se había equivocado de sitio. Una sala con las paredes cubiertas de fotos y mesas abarrotadas de objetos, no parecía la pequeña casa de comidas que uno espera, ni siquiera en Okinawa. Pero entre el aparente caos, si te fijabas, veías alguna mesa con el suficiente espacio para sentarse y comer algo.
A pesar de la campanilla de la puerta, es de buena educación avisar de que uno ha llegado: konnichiwaaa!! Tsuyako-san aparecía atravesando el noren de la cocina, y tras dar la bienvenida, si no estaba ocupada en sus preparativos, te servía una bebida y preguntaba sobre lo que habías hecho o visto desde la última vez, lo que daba lugar a interesantes conversaciones que podían derivar hacia cualquier tema.
Cuando se visitaba el restaurante por la mañana, era muy frecuente que estuviera atareada o que tuviese que salir de compras, entonces no dudaba en dejarte al frente del negocio o te presentaba a alguien que allí estuviese ya sentado. No importaba que hablase o no español. Esta costumbre que al principio me dejaba algo cohibido, me dio la oportunidad no solo de exprimir al máximo mis pobres conocimientos del japonés, sino también de conocer a interesantes personas: un profesor de Historia, okinawenses regresados de Sudamérica y mas maestros y practicantes de Karate de lo que pude imaginar. Cuando la conversación se atascaba demasiado por culpa del idioma, Tsuyako-san siempre estaba dispuesta con buen humor a echarnos una mano.
Con mi amigo Rodolfo degustando las famosas empanadas. 2008
Y es que al restaurante de Tsuyaku-san no solo se iba a comer. Algunos japoneses acudían para probar la comida argentina, sobre todo sus exquisitas empanadas de carne. Siempre preferíamos los platos locales, pero ella alternaba la cocina okinawense, con la japonesa y argentina, en una sucesión de platos que no finalizaba, mientras ella preguntaba ¿siguen teniendo hambre? A la hora de pagar, a veces no recordábamos cuantos platos habíamos comido o cuantas cervezas (agua de Nago, nos decía) habíamos bebido, y creo que ella tampoco. Ella simplemente decía una cantidad y preguntaba ¿está bien? Pero creo que para mucha gente en el Sudaka, el comer era secundario, era mas un pequeño centro cultural donde se podía estar charlando o simplemente oyendo.
Oyendo, porque Tsuyaku-san acostumbraba a poner música sudamericana en su tocadiscos, aunque también era admiradora de otras melodías, y Paco de Lucía solía estar también presente en esa música ambiental, quizás en honor de los presentes. Alguna vez canté por “Los Calchakis” con un grupo de okinawenses (uchinanchu me decía una y otra vez Tsuyako) en un ensayo que allí organizaron.
Oyendo, como una anciana señora que siempre estaba por las mañanas sentada en una mesa junto a la puerta, y cuando mi amigo Rodolfo y yo estábamos solos y charlando entre nosotros en español, con los correspondientes gestos y tonos de voz, ella no paraba de reírse. Solo la saludábamos, pues si nos dirigíamos a ella se avergonzaba, pero el día que nos fuimos nos trajo un regalo.
2008
Por las tardes Tsuyako-san era mas accesible, y siempre que tenía tiempo me acercaba al Sudaka para tomar un café, curiosear los libros de Karate, las memorias de eventos y todo tipo de documentos que se almacenaban en las mesas y estanterías del local, y sobre todo para hablar con ella, o mejor dicho para aprender. Contaba historias sobre los maestros de antes de la guerra, de cómo eran los entrenamientos, sobre el antiguo Ti, sobre cosas que no se escriben en los libros, sobre el panorama actual, sobre quién era quién.
Un día compré un libro en japonés sobre Goju-ryu y se lo mostré. Le dije que quizás había sido algo caro ya que no podría leerlo. Ella me contestó: “No hay libros baratos ni caros. Un libro de un millón de yen es barato si el que lo compra sabe disfrutarlo, entonces es barato. Pero un libro de diez yen, si se deja de lado, ya es muy caro”.
Tsuyako-san, Rodolfo Martini, Iha sensei, Kurashita sensei, Higa sensei y Antonio Avila. 2003
Algunas noches, tras los entrenamientos, nos reuníamos a comer en el Sudaka, y allí coincidíamos con muchos maestros locales, como Minoru Higa (Kyudokan), Eiki Kurashita (Goju-ryu Shodokan), Yoshimitsu Onaga (Shinjinbukan) o Shigetoshi Senaha (Goju-ryu Ryushiokai). Era una ocasión mas de aprender en un ambiente algo mas festivo. A Tsuyako-san se le acumulaba entonces el trabajo, pues debía tratar adecuadamente a los maestros, atender la cocina, traducir, y además educarnos en nuestras maneras, lo que le agradecíamos profundamente: “Debe usted servir al maestro de esta manera”, o, ¡¡que hacen ahí sentados, cuando un maestro sale deben ir con él y despedirlo en la puerta!!
Ayudando a Ana López a ponerse el kimono.2016
Las veladas solían alargarse hasta tarde, y ya la cercana estación de Asato estaba cerrada, por lo que tocaba atravesar un ahora solitario mercado y andar unos cuarenta minutos hasta nuestra residencia en Matsuyama.
Solo algunos locales abiertos en Sakaemachi
Tsyaku-san siempre nos atendió con amabilidad e interés, nos abrió puertas y nos presentó a personas, lo que nos permitió integrarnos de lleno en el Karate de Okinawa. Era una persona sabia y generosa.
Tsuyako-san, Higaonna sensei y Ana López. 2008
Luis Nunes sensei, Arakaki sensei y Tsuyako-san. 2008
Cuando reviso mis notas de los viajes a Okinawa, vuelvo a leer muchas páginas repletas de historias, consejos, direcciones y palabras japonesas que proceden de mis conversaciones con ella. Quiero compartir uno de sus consejos:
“Antonio-san, de todo el mundo se puede aprender y todo el mundo es necesario. Necesitamos modelos positivos como los grandes hombres y los hombres honrados, y modelos negativos que nos digan como no hay que comportarse. Estos son los hombres malos o simplemente, tontos.”
Tsuyako-sama, gracias por su ayuda, por enseñarnos y por proporcionarnos tan buenos recuerdos.
Hasta siempre.
Antonio Avila