Decía el maestro Shigeru Egami “Me gustaría enseñar a la
gente que no pueda encontrar el sentido de la vida, a los que están pasando la
vida sin hacer nada, que hay un camino como este” (Karate-do sen mon kai ni
okuru, Kudansha, Tokyo, 1970)
La palabra Ikigai puede ser traducida como “lo que tiene
valor en la vida”, por lo que realmente vivimos. Ya sabemos que al ser
preguntados por ello hay cosas evidentes o solo políticamente correctas para
contestar: los hijos, el trabajo, el amor, etc. Pero la contestación no viene
de lo evidente sino de una profunda y continuada observación y reflexión sobre
nuestras vidas. Quizás lo que nos hace felices sea una actividad “sin
importancia” o “sin provecho”, o una “gran empresa”. Son “actividades”, porque necesitan
actividad, hay que practicarlas de forma que cuerpo y mente se fundan por
completo, unificándonos, haciéndonos vivir en el presente, donde el tiempo deja
de tener sentido.
Decimos que nuestro objetivo en la vida, lo que todo el
mundo busca, es la felicidad. Pero ¿que cosas nos hacen realmente felices? Por
otra parte la felicidad no es un estado permanente sino una tendencia que
depende principalmente de nuestra actitud.
Para reconocer lo que nos hace felices y hallar los recursos
necesarios para mantener esa tendencia a ser feliz, puede ser de ayuda nuestra práctica
del Karate-dô. Porque al dôjô de Karate no solo venimos a aprender a
defendernos, venimos a aprender cosas de la vida.
Un dôjô (literalmente “el lugar del camino”) es un lugar
donde cada uno de sus miembros son parte de él y así lo sienten, hasta el
extremo de que el dôjô se encuentra donde ellos estén. Como en una familia, se
celebran los grandes o pequeños logros de todos, pero también las pequeñas
cosas como compartir una cerveza, una conversación o hacer una fiesta por la
entrada de la primavera. También se comparten las dificultades en la práctica
y, en la medida de cada cual, las de la vida cotidiana. Igual podemos pedir consejo
para mejorar la práctica como para resolver un problema. Pues como decía el
maestro Funakoshi, no debemos pensar que el Karate está solo en el dôjo.
El reunirse para sudar y esforzarse juntos en las sesiones
de práctica crea un gran espíritu de colaboración mutua. Las experiencias en el
tatami dan un grado de confianza que ni siquiera se consigue con muchos de nuestros
familiares y amigos. Con asiduidad se comparten y se trabaja la gestión de todo
tipo de emociones y estados de ánimo como el miedo y la inseguridad, la alegría,
la satisfacción, la auto-superación, la pereza, la motivación...
Las sensaciones del entrenamiento deben lograr un balance
positivo, aunque no siempre estén exentas de mucho esfuerzo y perseverancia, e
incluso a veces de sufrimiento y dolor, pues no hay equilibrio si solo buscamos
la experiencia de lo positivo y agradable. En la tradición zen se dice que no
debemos perseguir un objetivo o un provecho en el entrenamiento (mushotoku), ni
juzgarlo como bueno o malo, solo realizarlo de manera sincera estando presente,
disfrutando el momento. A un buen amigo le preguntaron el porqué practicaba el
arte de desenfundar el sable (Iaidô) si en la sociedad moderna era algo inútil.
A lo que él le contesto: “Pues por eso”. El Iaidô, como el Karate en alguno de
sus aspectos, es un arte practicado por sí mismo, que ayuda a “cortar” los
objetivos del ego y que se disfruta al margen de que no tenga sentido o valor
para otros o que no tenga reconocimiento social. Pero aún así, hay siempre un
sustrato de disfrute y satisfacción personal que nos motiva.
Un elemento importante del dôjô es el Sensei. La palabra
sensei significa literalmente “el que ha nacido antes”, actualmente mas en el
sentido de que ha comenzado antes en el camino del Karate. Su papel tiene que
ver en primer lugar con la motivación de los alumnos, acompañándolos en su
recorrido y planteándoles nuevos retos. En un arte eminentemente práctico su
experiencia es fundamental pues nadie da lo que no tiene, ni enseña lo que no
sabe. Cohesiona el dôjô siendo uno de los puntos de referencia donde todos
pueden ver un ejemplo de lo que dice. El sensei mantiene su “espíritu de
principiante” (soshin) aprendiendo siempre de sus alumnos y de sus maestros,
pues no se puede hacer algo grande solo, y no
venimos al mundo a competir, sino a ayudarnos los unos a los otros.
Aprecia y hace apreciar el esfuerzo tanto de los superdotados como el de los
menos dotados, así como el valor de las tareas o habilidades mas simples cuando
son llevadas a la perfección. El sensei no busca de sus alumnos ningún
reconocimiento, son estos los que le ofrecen su respeto por lo que ven en él.
El sensei quiere para sus alumnos lo mismo que para él: Personas cuya presencia
no se note, pero su ausencia se sienta.
“Ichi go, ichi e” es una frase proveniente de la ceremonia
del té (Cha no yu) que reza: “una vez, un encuentro”, en referencia a la
importancia de cada instante al no ser este repetible. En la práctica del
Karate-do se necesita esta actitud especial. Es necesaria la búsqueda de la plena
consciencia en lo que se hace, primero en el dominio de nosotros mismos (el
objeto principal de estudio) atendiendo a nuestros aspectos físicos, técnicos y
mentales (shin-gi-tai), condición indispensable para poder dominar a un
oponente en un combate o en cualquier aspecto de la vida ("Conócete primero, luego conoce a los demás".). Por ello
todo lo que hacemos, hasta el más mínimo detalle, hasta algo que puede parecer
sin importancia, puede convertirse en un apasionante trabajo. Así, en Japón,
actividades tan simples como preparar un té, han llegado a la categoría de
camino espiritual.
“El estudio del Karate-dô es para siempre” . Esta es una frase recurrente en nuestra práctica. Tras
muchos años en el Karate-dô cada vez es mas percibido por el karateka como un
arte o una filosofía práctica, de hacer lo que decimos, lo que tiene mucho que
ver tanto con su grado de conocimiento y dominio, como con la profundidad de su
práctica. El Karate-dô nos hace adquirir una serie de hábitos que nos motivan a
mantener nuestra actividad y a disfrutarla hasta el final de nuestros días,
dando sentido a todos los estadios de la vida. Al principio la motivación está
en el aprendizaje, independientemente de la edad a la que se comience y de las
expectativas que se tenga al hacerlo. Al final, en devolver el esfuerzo
invertido por nosotros y por otras muchas personas en nuestra instrucción,
influyendo en el ambiente de los demás a través de nuestra actitud positiva
ante la vida y la ayuda a los otros compartiendo nuestra experiencia. “Cambia
el mundo, cambiando tu mismo”, es una máxima zen. Compartir con las siguientes
generaciones trasciende la importancia de una persona y es un generoso acto que
puede convertirse en Ikigai.
En japonés la práctica se denomina “keiko”, que se traduce
como “reflexionar sobre el pasado”. Cuando solo miramos hacia delante creamos
un mundo de inseguridades, pues no sabemos porque pasan la mayoría de las
cosas. Pero si miramos hacia atrás con atención conoceremos el porqué. Todas
las acciones en Karate, empiezan y terminan con un saludo (rei). Un saludo
consciente que reconoce que presto toda mi atención al otro, a los
objetos de entrenamiento o al dôjo mismo. Es el reconocimiento de que son
dignos de respeto, pero también simboliza que comenzamos las cosas
adecuadamente, al igual que las finalizamos, pues lo que mal empieza...
Cada sesión de Karate empieza y termina con mokuso, “mirar
en silencio hacia el corazón”. Es un momento meditativo, de concentración
interior, que nos desconecta de la carga mental que traemos y nos da un ritmo
mas pausado y natural. Porque el Karate se hace de forma continua y pausada,
aunque las sesiones puedan ser intensas. El Karate es como el agua hirviendo; si no
la mantienes al fuego, se enfría. No se practica con una visión de corto plazo
para satisfacer necesidades inmediatas como nos tiene acostumbrados la sociedad
actual.
El Karate se puede seguir practicando aunque no tengas grandes
cualidades, aunque no llegues a conseguir un alto grado, siempre alguna razón
te mantiene y te da motivos para estar orgulloso de tu trabajo, pues estás en
un medio en el que ves que las reglas que determinan el éxito o el fracaso no
dependen de lo que crean los demás, y no te evalúas en función de conseguir
objetivos sino de mantenerte en el camino. Dicen los psicólogos que la gente
feliz planifica acciones, no resultados. También descubrimos que nuestro grado
de Karate, nuestra posición social, nuestro poder económico o nuestro aspecto
físico, no representan lo que uno verdaderamente es. Todos en el dôjô merecemos el mismo respeto y
aceptamos nuestro lugar en él con humildad, entendiéndola no como la creencia
de que uno es menos, sino como la de que tampoco somos más.
En Karate entrenamos descalzos. Aunque lo hacemos en el
medio seguro de un dôjô, nos desplazamos sintiendo el suelo bajo nuestros pies,
como un regreso a nuestros orígenes. ¿Desde cuándo no andas descalzo? Es
frecuente el llevar nuestra práctica a la playa o la montaña donde elementos
como la respiración, las sensaciones y la concentración se integran con la
Naturaleza. La total desconexión con el medio natural o solo “de visita” nos
priva de un gran elemento de disfrute vital. Reconectar con la Naturaleza, es
reconectar con nuestra propia naturaleza.
Dice un proverbio zen que
el propósito de aprender, es poner en práctica lo aprendido, por ello el
Karate-dô “tradicional” por contraposición al deportivo, pone especial
énfasis en estas cuestiones mas que en la defensa personal en sí, aunque no
siempre son evidentes para todos los alumnos, pues es importante el nivel de
comprensión de cada cual. Si el
objetivo de la enseñanza es pelear o
competir, el entrenamiento va dirigido a este fin, pero si el objeto de estudio
somos nosotros mismos, el entrenamiento es diferente, y esto es lo que
diferencia al Karate llamado tradicional.
Por todo esto creo que el dôjo es un lugar adecuado para la búsqueda
del Ikigai personal, da herramientas para encontrarlo sea dentro o fuera del
Karate-dô. El éxito en tu vida depende principalmente de tu actitud ante ella,
no de tu “éxito” profesional, al igual que en el dôjô depende de la que tengas
en la práctica diaria no del cinturón que luzcas.
Y hagas Karate-dô o no, recuerda que sonriendo siempre se
aprende más.
Así que, ¿a qué esperas para buscar tu Ikigai?
Antonio Ávila