Misogi.
Cuando el mar aún guarda el sueño de la noche
llega el grupo a la playa,
los cinturones se anudan al silencio
que se consuma a la señal del maestro,
ciento ocho pasiones aferradas en los puños,
y una dulce voluntad recién estrenada.
Una leve llama se precipita al azul
una silenciosa cascada de luz
mientras crepita el sonido del tsuki,
al mar se le entregan los propósitos
que guardará en la gran caracola
del templo de su memoria.
Victoria Eugenia Gómez Sánchez
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