Con
frecuencia algunos padres y jóvenes alumnos me preguntan el porqué
sus hijos o ellos mismos no compiten, porqué no son “campeones”.
Me gustaría explicarlo ampliamente para que pueda ser entendido.
Primero
definiremos lo que entendemos por deporte:
A lo
que llamamos “deporte” ha tenido y sigue teniendo muchas
definiciones, pero de todas ellas podemos extraer unas
características generales que lo definen:
-
Tiene un carácter lúdico.
-
Implica una actividad física.
-
Es competitivo. Busca superar una marca o a un adversario.
-
Se rige por reglas comúnmente aceptadas
-
Está regido por instituciones oficiales, es decir, está institucionalizado.
Comparemos
entonces con el Karate-dô:
Kenkyukai: los comienzos del Karate Goju Ryu |
Como
no podía ser de otra forma, lo que hoy denominamos “Karate
deportivo” tiene esas características. Pero esta faceta es solo
eso, una faceta, y podemos conocer el todo por una parte, pero
tendremos una imagen desvirtuada de este todo. El Karate-dô
o “Camino de la Mano Vacía”, es un sistema moderno de defensa
personal creado en la isla de Okinawa (Japón) a principios del siglo
XX, en base a antiguos sistemas de lucha. Tradicionalmente el Karate
no se enseñaba de forma general, como hoy en día, sino que cada
maestro tenía un reducido grupo de alumnos con los que se establecía
una estrecha relación. La obligación del alumno era aprender y la
del maestro enseñar, pero no solo formándole en la técnica y el
desarrollo físico, sino también como persona, ya que se le
transmitía un conocimiento potencialmente peligroso que solo debía
recaer en personas equilibradas y con un elevado sentido moral.
El
Karate
puramente okinawense que nosotros practicamos es heredero de esa
tradición y considera que es importante transmitir a sus
practicantes, y especialmente siendo niños, incluso antes que un
sistema de defensa o de lucha, valores como la auto-superación, el
esfuerzo, el compañerismo, el respeto y la humildad. Además de
inculcar estos hábitos saludables para la mente, también otros para
el cuerpo como el gusto por el ejercicio correctamente realizado
según la edad y posibilidades de cada uno. Esta es la razón de ser
del Karate
en el mundo moderno.
El
Karate
tradicional comenzó su apertura, antes que en el ámbito deportivo,
en el educacional, pues las cualidades anteriormente descritas eran
muy valoradas en este ámbito. Pero su medio natural es el dôjô.1
El dôjô
no
es un gimnasio, sino mas bien un microcosmos que permite formarse
para la vida. Está compuesto por un guía, el sensei2,
una etiqueta en el comportamiento, el grupo y las enseñanzas
teóricas, prácticas y filosóficas de la escuela en cuestión. El
Karate-dô por tanto no
solo subraya los movimientos físicos, sino que tarde o temprano
requiere la comprensión de la filosofía que hay detrás de él, y
que no existe en el ámbito deportivo o lúdico. Los componentes del
grupo se disciplinan sin extremos narcisistas, olímpicos, ascéticos
o místicos. Estas son formas exhibicionistas. El valor de los
integrantes no se aprecia por características heredadas (mayores
cualidades para el deporte) o a costumbres sociales (prestigio
pasajero de los campeones) sino por el tiempo y la experiencia en la
práctica y la madurez conseguida.
1
“dôjô”
– “el lugar donde se busca el camino”
2
“sensei”
– literalmente “el que ha nacido antes” quién ha recorrido
mas camino en la técnica y en la vida. No es un título deportivo,
pues su sabiduría proviene de su práctica personal dirigida a su
vez por otro sensei
y por su recorrido vital.
En
el dôjô
se establece un sistema de cinturones de diferente color según la
experiencia y conocimientos de cada uno. Solo su actitud y su trabajo
de auto superación en las clases le hacen merecedor de poder
examinarse. Para el paso de grado no solo se piden habilidades
físicas y conocimientos técnicos y teóricos, sino que se incita a
cada alumno a tomar la responsabilidad de preparar su examen, y para
ello necesita no solo de los conocimientos de su profesor (sensei)
sino también la ayuda de sus compañeros. Los cinturones mas
elevados tiene la responsabilidad de facilitar el progreso de sus
compañeros con menos experiencia y estos deben agradecer este
esfuerzo aplicándose en aprender. En esta relación el respeto mutuo
es importante, no hay inferiores ni superiores. El Maestro Chojun
Miyagi, fundador de nuestra escuela Goju-ryu,
defendía que un karateka
debía ser juzgado por su carácter no por su grado.
En
el dôjô,
el keikogi,
o uniforme de entrenamiento, iguala a todos los practicantes y les
convierte en miembros del mismo grupo, de la misma escuela. El
practicante se siente acogido, ve claramente el lugar que ocupa, lo
que se espera de él, y conoce los mecanismos para progresar. ¡Ojalá
todos pudiésemos esperar lo mismo en nuestra vida cotidiana!
A
diferencia de otros estilos de Karate
mas enfocados al deporte y la competición, consideramos que la
competencia no es una herramienta apropiada para lograr los fines
antes descritos. Como deporte, algunos aplican la disciplina del
combate a la educación, y obtienen resultados positivos canalizando
la violencia de los jóvenes y por ello la consideran educativa y por
tanto aprobada por las autoridades competentes y la sociedad en
general. Pero el uso inadecuado de los conocimientos de lucha no
puede ser controlado solo al sentido de responsabilidad de cada uno,
sino que necesita que la persona este formada moralmente. El
Karate-dô
como tal incluye una significación moral en la calidad técnica,
constituye una práctica corporal particular que conduce
inevitablemente a una vertiente espiritual.
La
competición propicia el éxito a costa de otros, la creación de
falsas sensaciones de superioridad y la exaltación del propio ego en
el caso de los “campeones” e inseguridad y frustración en los
“perdedores”. En el mundo del “yo”, del “Numero Uno” es
donde encontramos el orgullo, la envidia, el egoísmo, el enfado…y
estos estados no son difíciles de ver en las actuales competencias,
quedando atrás los torneos en los que los competidores, los jueces e
incluso el público se comportaban de una manera respetuosa.
Desgraciadamente,
en competición el refuerzo positivo no es un elemento muy útil para
todos en su educación como practicantes, pues siempre hay muchos
perdedores y pocos ganadores. Por
otro lado la victoria tiene una vida corta, cesa rápidamente y
desaparece. La victoria para un verdadero karateka
es su conducta pacífica, reflejo de su paz interior.
En
otros sistemas decididamente deportivos, la competición llega a ser
el fin central de la práctica, y aunque buscando beneficiarse de lo
más positivo de ella, el fin último es: GANAR. Integrados en
organismos internacionales de carácter competitivo, la competición
llega a ser de alto nivel, exigiendo un máximo esfuerzo en pocos
años, en una concentración muy especializada en lo físico (dietas,
pesos, aspecto, cualidades) y en lo mental (marcas, comparaciones de
competencia, enfoque en el triunfo…). El exhibicionismo y
dependencia de un éxito tan concreto y fugaz, en el caso de que se
alcance, hace de esta práctica una actividad deformante, no solo por
lo difícil que ha de ser prescindir de tal adicción tan bien
condicionada, sino por las secuelas derivadas de un gasto de energía
injustificable en la naturaleza, sobre todo en cuerpos y mentes en
formación, que pueden desembocar en todo tipo de enfermedades
físicas o mentales y en malos hábitos, y esto es algo de lo que
deberían ser conscientes los deportistas, profesores deportivos y
padres.
Nos
hacen creer que la competición es una preparación para una vida
inmersa en una sociedad dividida en triunfadores y perdedores. Pero
la Vida no es así. Por ello esta práctica está fuera de lo que
podemos considerar KARATE,
y por tanto para nosotros exenta de interés.
Como
contraataque, al Karate
tradicional se le suele acusar de utilizar determinadas prácticas
contrarias a la salud, tales como deformaciones en las articulaciones
por el golpeo contra determinados artefactos de entrenamiento, o
problemas cardiacos
o circulatorios derivados de algunas prácticas de tensiones
musculares o respiratorias. Es claro que aquello que no se conoce no
puede practicarse de manera correcta. Si Okinawa es conocida
mundialmente por algo más que por ser la cuna del Karate,
es por ser uno de los sitios del mundo con una mayor longevidad entre
sus habitantes. En su modo de vida hay un respeto constante por la
salud, en su alimentación, en su trabajo, en sus artes y aficiones.
El Karate
como producto de esta cultura y profundamente influenciado por la
medicina tradicional china, tiene una especial preocupación por la
salud de sus practicantes a todos los niveles. Si el entrenamiento se
lleva a extremos poco saludables es debido a una decisión personal o
al desconocimiento de su correcta realización, no a una exigencia de
la práctica normal.
Hemos
visto que el Karate
como actividad competitiva o deportiva es muy limitado en el tiempo,
y una vez desprovisto de objetivos hace perder la motivación con la
edad. Los ex competidores abandonan la práctica, o buscan con
desesperación aquellos conocimientos y experiencias que se les
suponen tras tantos años de práctica. En el Karate-dô
el mantenimiento de nuestra salud, el mejoramiento técnico, y al
fin, el conocimiento de nuestra verdadera naturaleza, nos hace
esforzarnos hasta el día de nuestra muerte. Una máxima dice: El
Karate es para siempre.
Para
nosotros el Karate
no es un deporte y menos de equipo. En una situación real de
autodefensa, o simplemente en una situación importante de la vida
cotidiana, nos enfrentamos solos a los propios miedos y al peligro
externo. Cuando entrenamos en el dôjô,
cada uno debe aprender la totalidad del sistema, por si mismo, por
medio de su propio esfuerzo. No hay diferentes especialidades como en
los deportes de equipo para funcionar apoyándose unos en otros. Sin
embargo debemos tener la necesaria humildad para reconocer que
nuestros progresos y éxitos no solo son personales, sino que son
fruto de la ayuda de los compañeros y del interés del Sensei,
y en el caso de los más jóvenes, también del apoyo de los padres
que están al tanto, pagan las cuotas y se molestan en llevarlos a
las clases. Todos ellos merecen nuestro respeto y agradecimiento por
su participación en nuestros logros.
El
Karate
tradicional no es un sistema hecho para ganar, sino para no perder,
no para atacar, sino para defender, no para matar sino para vivir. Es
una forma de vida que busca nuestra verdadera esencia en el trabajo
constante, no en éxitos puntuales y pasajeros, y nos transforma en
personas seguras, positivas y respetuosas. El Karate
así entendido es una actividad que nos acompañará toda nuestra
vida, no un mero recuerdo de competencia juvenil.
El
Karate-dô
tampoco es una fábrica de “campeones” o de “maestros”, sino
que al contrario forma personas “normales”, modestas, que no
intentan llamar la atención, pero que por ser gente equilibrada y
con recursos, suelen destacar allá donde van.
Solo
cuando el practicante tiene la suficiente madurez para valorar sus
triunfos y sus fracasos se debería aplicar la competición como
sistema educativo, como forma de probarse a sí mismo. En nuestro
sistema, los exámenes de paso de cinturón cumplen esta función. Y
a pesar de todo lo dicho, organizar puntualmente “competencias” y
demostraciones con el solo propósito de la convivencia y el
intercambio con otros practicantes, sin ser una actividad primordial
en la formación del practicante, puede ser muy positivo. Si una
persona no tiene autodisciplina quiere presumir de su destreza
física. Las demostraciones públicas deben ser una muestra del
entrenamiento constante y no de la habilidad del ego
Para
nosotros lo verdaderamente importante en nuestras actividades es
aprender algo, dar y recibir, no sobre/infravalorarse ni exhibirse, y
menos, a costa de otros.
Este
escrito no es un alegato en contra del deporte o de la competición,
sino a favor de la clarificación de que el Karate-dô
es mucho mas que una actividad deportiva, que su fin no es aportar
“gloria” a naciones, comunidades o municipios, sino
ofrecer a los practicantes bienestar, educación y el aprendizaje de
un arte que podrá darles beneficios físicos, mentales y
espirituales durante toda la vida.
Antonio Avila
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