He de confesar que, rozando los cuarenta, lo he hecho por
primera vez y hasta el final, con todas sus consecuencias.
¿Cómo ha sido mi experiencia?
Positiva, gratificante, enorgullecedora, saludable,
emocionante, e incluso placentera. Después de posponer año tras año, a veces
por motivos laborales, otras por no enfrentarme a mi temor a no realizar lo que
he decidido hacer, por excusas que uno mismo se pone para no hacer, decir lo
que realmente quiere o siente por motivos que ni uno mismo comprende cuando
sólo, que sepamos, hay una única vida con un tiempo indeterminado pero finito.
En fin, lo primero sería tomar la decisión, la decisión
de realizarlo, decir voy a hacerlo, y punto. Pase lo que pase, pienses lo que pienses,
sientas lo que sientas, has tomado la decisión y, no debe ser cambiada porque
es tuya, te pertenece sólo a ti, y si no eres capaz de mantenerla, de
materializarla, una simple decisión personal, vas por mal camino, porque te
encuentras a merced de los otros, lo que los demás esperen, piensen, digan de
ti, o no mucho mejor, a merced de tus propias excusas. No podemos someter la
realización del ritual al estado anímico del momento como la motivación, la
pereza, el creer no soportar el frío, no cumplir con las expectativas de los
demás, o peor aún, al juez de la autoconciencia, a la autobiografía
experiencial negativa, inundando tu ser a otra sensación de fracaso.
Antes de iniciar el ritual, las dudas te golpean, los
para qué estoy aquí, el temor a no estar a la altura, y el frío, ¡ese frío que
cala hasta los huesos!, pero que al mismo tiempo te conecta con tu
vulnerabilidad y la Naturaleza, al despojarte, aunque sea por un breve espacio
de tiempo, de las comodidades de la vida postmoderna, donde nos sentimos o
creemos sentir, a salvo. Y este frío te recuerda que todos, absolutamente
todos, somos iguales ante él.
Una vez tomada la decisión con antelación, e iniciado el
misogi debes dejarte llevar por el ritual, y como siempre, apoyarte en tu
modelo a imitar, el Sensei, que va un paso por delante, al conocer las reglas,
el sentido y como persona que cohesiona al grupo y al acto en sí.
Durante el ritual, el frío te juega malas pasadas,
incluso te hace temblar, a esto hay que sumarle los pensamientos, que por mucho
que te diga el Sensei, hay que dejarlos pasar, no apegarse, no enfrentarse a
ellos, los tienes de todos los tipos y colores, tirando para el morado, que
creo que es el color del frío. Los quince minutos de meditación, sin poder
moverse una vez colocados en la posición meditativa, se vuelven una eternidad,
y la planta de los pies te recuerde que eres igual a los demás, pero la imagen
que tienes ante tus ojos es impresionante, el mar calmado pero sin dejar de
fluir, la supuesta constante orilla que con el vaivén de las olas va cambiando
de forma imperceptible al ojo humano, como uno mismo con el paso del tiempo,
lentamente pero sin pedir permiso ni perdón. El horizonte siempre distante e
inalcanzable que te recuerdas que siempre debes tener uno hacia dónde mirar y
caminar. El sonido del mar, que te acompaña en el ritual como una banda sonora
perfecta. El viento, el frío viento que se cuela entre el Karate-gi y tu cuerpo
susurrándote lo cómodo que estarías en tu cálida cama, lo absurdo de tener que
pasar por todo esto, y alargando la distancia entre un segundo y el siguiente.
Al escuchar el sonido del cuenco tibetano que indica que
finaliza la meditación, saludas al horizonte, agradeces que esté ahí para ti, y
te levantas, no sin cierta dificultad, para realizar los 108 tsukis. 108, por
lo visto un número sagrado, importante en la tradición oriental, en el budismo,
que dice que tenemos 108 pasiones negativas, ¡108!. En nuestro estilo, qué bien
suena, "nuestro
estilo",
hay un kata, el último que se aprende, que lleva su nombre Suparinpei, pero
este kata no es mío, aún. Pero hay otro kata Sanseru (que sí es mío, o cada vez
lo que repito se vuelve más mío, del mismo modo que deja de serlo al no
practicarlo) y que significa 36 que multiplicado por 3 (pasado, presente y
futuro) obtenemos de nuevo el 108. En fin, en cada tsuki, en cada golpe al
aire, hay que hacerlo con la intención (kime), y fuerza, para expulsar,
golpear, vencer a esas 108 pasiones negativas.
Tras los tsukis viene la parte más dura, más temida, más
fría, pero a la vez más valiente, más significativa, más transformadora:
meterse en el mar para realizar el acto de pureza de dejar atrás lo negativo
del pasado (o las 108 pasiones negativas), experimentando el presente con el
kata Sanchin y enfocarnos hacia un futuro lleno de un yo, más consciente. ¡He
aquí mi primera vez!, veo al Sensei decidido, como poseído por el espíritu de
una decisión tomada con antelación, dirigirse al agua, y lo sigo, más bien lo
seguimos, sin dejar de perderlo de vista, con la visión periférica que se
entrena con Saifa, mar adentro, hasta que se para y, se sumerge por completo en
el agua para salir bautizado por el misogi. Lo imito, y totalmente mojados,
iniciamos, todos, juntos, el kata Sanchin.
Durante la ejecución del kata, otra enseñanza del Sensei,
conecta con tu chi, o era el ki sensei? Pero ¿qué ki?, ¿dejo de hacer el kata y
lo busco? Y ¿dónde lo busco?, y si lo encuentro, ¿dónde lo guardo si el
Karate-gi no tiene bolsillo? Seguro que se me ha mojado y ya no me sirve. Ya
queda menos y lo estás logrando, juntos, lo estamos consiguiendo.
Al finalizar el kata, salimos caminando de espalda a la
orilla (de espalda al pasado, a las 108 pasiones), sin dejar de mirar hacia
nuestro horizonte, y manteniendo la atención en el presente para evitar no
caernos. Fuera del mar, en la orilla, totalmente mojados, realizamos el segundo
kata del año, Tensho. Nunca había hecho el kata con tanta dificultad como en
ese instante, incluso el Sanchin dentro del mar no me supuso tanta dificultad como
éste último.
Saludo final al horizonte y finalizado el misogi, a
cambiarse el karategi empapado para comernos unos churros con su con su
chocolate calentito. ¡Cómo suena ahora la palabra calentito! Adquiere un
significado más profundo.
Evaluación final del Misogi
Curiosamente durante todo el día me he sentido más
enérgico físicamente, con mucha vitalidad y más despierto mentalmente, más
despejado, con la satisfacción de haber conquistado un logro más en la vida, de
superar la pequeña espina de no enfrentarme al ritual del misogi.
El misogi a simbolizado para mí (junto con el año nuevo),
un momento idóneo para reflexionar sobre lo que has estado haciendo en tu vida,
lo que haces en tu presente, con un sentido crítico, sin ser demasiado duro con
uno mismo, y hacia dónde se dirigen tus acciones y pensamientos futuros,
acercándose o no, hacia lo que en otro presente, te gustaría recordar como hoy
hago. Y en ese recuerdo y presente, se encuentra continuar, a ser posible sin
interrupciones, mi práctica en el Karate tradicional, con la guía insuperable
de mi Sensei, con el aliento de mis senpais y la compañía de mis compañeros de
viaje.
No debo olvidar que el misogi es un acto en grupo, y que
gracias al grupo se presenta la posibilidad de realizarlo, por eso quiero
agradecer a mis senpais como a mis compañeros karatekas, esta oportunidad de
mejorar mi yo presente.
Por supuesto, a uno de mis mentores, el Sensei Antonio
Ávila, al que le agradezco sus enseñanzas no sólo en el ámbito del Karate
tradicional okinawense. Como ayer, hoy y siempre, ¡Arigato gozaimasu Sensei!
Nota: hoy también ha sido la primera vez que escribo en
el blog de forma oficial, formal.
David Lucas Lobato
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