Ante todo: os deseo a todos un muy alegre, saludable y próspero 2023.
Aún recuerdo con nitidez el primer año que participé en el Misogi, cuando todavía no había puesto ni un pie en el dojo, invitada por sensei Antonio, por ser una de sus alumnas de Chikung. Pero eso es otra historia.
Y escribo estas líneas para reflexionar a través del teclado sobre lo que me he perdido al inicio de este año recién estrenado.
He echado de menos terminar el día 1 de enero dejando preparado mi karategi. Sacar el cinturón blanco, pensar en cuánto significa para mí, en cuánto tiempo hace que me lo anudé por primera vez.
El día 2 se me ha hecho raro no vestirme de blanco (con alguna capa de abrigo “secreta” por si acaso).Me ha faltado el “corre-corre que no llego a las ocho a Los Álamos”, mientras echo un ojo al grupo de whatsapp del dojo.
Y me he perdido ser parte del grupo madrugador,risueño que se congrega puntual bajo las palmeras, dejando los bártulos entre saludos y abrazos, donde siempre Pepa y Lori y algún acompañante más, se encargan de cuidar todas las cosas.
Después me ha faltado el momento de concentración, en el que toca prestar atención a las indicaciones de nuestro sensei Antonio, para recordarnos una vez más cómo se va a desarrollar la ceremonia.
Y por primera vez en 8 o 9 años, no he estado entre los que se van colocando en su lugar y acomodando para comenzar la meditación, en seiza, (o como buenamente se pueda) sintiendo la arena fresca bajo las rodillas y los pies.
No he oído el sonido del cuenco.
No he entrecerrado los ojos, con la mirada a metro y medio delante de mí.
No he sentido mi respiración acompasarse con el movimiento de las olas, ni me ha dado frío, ni calor, ni me ha picado la nariz en el peor momento, ni he tosido, ni me he tenido que cambiar de postura por algún calambre inoportuno.
Ni vi pasar las aves marinas a ras de las olas, ni cómo cada vez se ponía más claro el horizonte hasta que el sol se asoma con dándonos la bienvenida.
Nada de eso…ni he contado los minutos a base de inspiraciones cada vez más pausadas, ni he meditado, ni me ha rozado la brisa, ni he olido a algas, ni notado el sabor a sal en los labios, ni se me ha hecho corto, ni largo, ni …
Tampoco he escuchado que sonara el cuenco otra vez, con tres toques que de repente parecen haber llegado demasiado pronto. O que en otras ocasiones supusieron un inmenso alivio.
Y no, no me he puesto nerviosa, porque no me ha tocado contar ninguno de los 108 tsukis.
Me ha faltado escuchar el ichi, ni, san, shi, go, roku, shichi, hachi, kyuu, juu de los senpai encargados de contar los tsuki de 10 en 10 hasta llegar a los 8 últimos y sus respectivos y liberadores kiais.
Luego, no he tenido que decidir si me metía en el agua transparente del Mediterráneo o si permanecía en la orilla para realizar el primer sanchindel año.
Ni he posado mi mirada en quienes sí se han metido en el agua, serenos, sin dudar, sin aspavientos, sumergiéndose entre las olas, antes de regresar paso a paso, marcha atrás, a la firme arena.
Obviamente no he salido en la foto de grupo, donde durante el posado, los menos frioleros, o los más decididos, siempre reparten sus abrazos mojados con todos, entre risas y camaradería.
Además, me quedo sin saber quién ha lucido su palmito para optar a ser el MisterDojo 2023.
Por supuesto tampoco he tomado ningún café, ni churros, ni he compartido ninguna charla en el desayuno con el que concluye el Misogi.
Pero viendo el reportaje de fotos (de Lori y Andrés, siempre dispuestos con su cámara) me he sentido partícipe y con muchas ganas de recuperar tan buenas costumbres.
Lo dicho: ¡Feliz año nuevo!
Violette Oudkerk
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