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miércoles, 14 de septiembre de 2016

KARATE-DÔ NO ES SOLO DEPORTE

Con frecuencia algunos padres y jóvenes alumnos me preguntan el porqué sus hijos o ellos mismos no compiten, porqué no son “campeones”. Me gustaría explicarlo ampliamente para que pueda ser entendido.

Primero definiremos lo que entendemos por deporte:

A lo que llamamos “deporte” ha tenido y sigue teniendo muchas definiciones, pero de todas ellas podemos extraer unas características generales que lo definen:

  • Tiene un carácter lúdico.
  • Implica una actividad física.
  • Es competitivo. Busca superar una marca o a un adversario.
  • Se rige por reglas comúnmente aceptadas
  • Está regido por instituciones oficiales, es decir, está institucionalizado.


Comparemos entonces con el Karate-dô:

Kenkyukai: los comienzos del Karate Goju Ryu
Como no podía ser de otra forma, lo que hoy denominamos “Karate deportivo” tiene esas características. Pero esta faceta es solo eso, una faceta, y podemos conocer el todo por una parte, pero tendremos una imagen desvirtuada de este todo. El Karate-dô o “Camino de la Mano Vacía”, es un sistema moderno de defensa personal creado en la isla de Okinawa (Japón) a principios del siglo XX, en base a antiguos sistemas de lucha. Tradicionalmente el Karate no se enseñaba de forma general, como hoy en día, sino que cada maestro tenía un reducido grupo de alumnos con los que se establecía una estrecha relación. La obligación del alumno era aprender y la del maestro enseñar, pero no solo formándole en la técnica y el desarrollo físico, sino también como persona, ya que se le transmitía un conocimiento potencialmente peligroso que solo debía recaer en personas equilibradas y con un elevado sentido moral.
 El Karate puramente okinawense que nosotros practicamos es heredero de esa tradición y considera que es importante transmitir a sus practicantes, y especialmente siendo niños, incluso antes que un sistema de defensa o de lucha, valores como la auto-superación, el esfuerzo, el compañerismo, el respeto y la humildad. Además de inculcar estos hábitos saludables para la mente, también otros para el cuerpo como el gusto por el ejercicio correctamente realizado según la edad y posibilidades de cada uno. Esta es la razón de ser del Karate en el mundo moderno.


 El Karate tradicional comenzó su apertura, antes que en el ámbito deportivo, en el educacional, pues las cualidades anteriormente descritas eran muy valoradas en este ámbito. Pero su medio natural es el dôjô.1 El dôjô no es un gimnasio, sino mas bien un microcosmos que permite formarse para la vida. Está compuesto por un guía, el sensei2, una etiqueta en el comportamiento, el grupo y las enseñanzas teóricas, prácticas y filosóficas de la escuela en cuestión. El Karate-dô por tanto no solo subraya los movimientos físicos, sino que tarde o temprano requiere la comprensión de la filosofía que hay detrás de él, y que no existe en el ámbito deportivo o lúdico. Los componentes del grupo se disciplinan sin extremos narcisistas, olímpicos, ascéticos o místicos. Estas son formas exhibicionistas. El valor de los integrantes no se aprecia por características heredadas (mayores cualidades para el deporte) o a costumbres sociales (prestigio pasajero de los campeones) sino por el tiempo y la experiencia en la práctica y la madurez conseguida.

1dôjô” – “el lugar donde se busca el camino”
2sensei” – literalmente “el que ha nacido antes” quién ha recorrido mas camino en la técnica y en la vida. No es un título deportivo, pues su sabiduría proviene de su práctica personal dirigida a su vez por otro sensei y por su recorrido vital.


En el dôjô se establece un sistema de cinturones de diferente color según la experiencia y conocimientos de cada uno. Solo su actitud y su trabajo de auto superación en las clases le hacen merecedor de poder examinarse. Para el paso de grado no solo se piden habilidades físicas y conocimientos técnicos y teóricos, sino que se incita a cada alumno a tomar la responsabilidad de preparar su examen, y para ello necesita no solo de los conocimientos de su profesor (sensei) sino también la ayuda de sus compañeros. Los cinturones mas elevados tiene la responsabilidad de facilitar el progreso de sus compañeros con menos experiencia y estos deben agradecer este esfuerzo aplicándose en aprender. En esta relación el respeto mutuo es importante, no hay inferiores ni superiores. El Maestro Chojun Miyagi, fundador de nuestra escuela Goju-ryu, defendía que un karateka debía ser juzgado por su carácter no por su grado.

En el dôjô, el keikogi, o uniforme de entrenamiento, iguala a todos los practicantes y les convierte en miembros del mismo grupo, de la misma escuela. El practicante se siente acogido, ve claramente el lugar que ocupa, lo que se espera de él, y conoce los mecanismos para progresar. ¡Ojalá todos pudiésemos esperar lo mismo en nuestra vida cotidiana!


A diferencia de otros estilos de Karate mas enfocados al deporte y la competición, consideramos que la competencia no es una herramienta apropiada para lograr los fines antes descritos. Como deporte, algunos aplican la disciplina del combate a la educación, y obtienen resultados positivos canalizando la violencia de los jóvenes y por ello la consideran educativa y por tanto aprobada por las autoridades competentes y la sociedad en general. Pero el uso inadecuado de los conocimientos de lucha no puede ser controlado solo al sentido de responsabilidad de cada uno, sino que necesita que la persona este formada moralmente. El Karate-dô como tal incluye una significación moral en la calidad técnica, constituye una práctica corporal particular que conduce inevitablemente a una vertiente espiritual.

La competición propicia el éxito a costa de otros, la creación de falsas sensaciones de superioridad y la exaltación del propio ego en el caso de los “campeones” e inseguridad y frustración en los “perdedores”. En el mundo del “yo”, del “Numero Uno” es donde encontramos el orgullo, la envidia, el egoísmo, el enfado…y estos estados no son difíciles de ver en las actuales competencias, quedando atrás los torneos en los que los competidores, los jueces e incluso el público se comportaban de una manera respetuosa.

Desgraciadamente, en competición el refuerzo positivo no es un elemento muy útil para todos en su educación como practicantes, pues siempre hay muchos perdedores y pocos ganadores. Por otro lado la victoria tiene una vida corta, cesa rápidamente y desaparece. La victoria para un verdadero karateka es su conducta pacífica, reflejo de su paz interior.



En otros sistemas decididamente deportivos, la competición llega a ser el fin central de la práctica, y aunque buscando beneficiarse de lo más positivo de ella, el fin último es: GANAR. Integrados en organismos internacionales de carácter competitivo, la competición llega a ser de alto nivel, exigiendo un máximo esfuerzo en pocos años, en una concentración muy especializada en lo físico (dietas, pesos, aspecto, cualidades) y en lo mental (marcas, comparaciones de competencia, enfoque en el triunfo…). El exhibicionismo y dependencia de un éxito tan concreto y fugaz, en el caso de que se alcance, hace de esta práctica una actividad deformante, no solo por lo difícil que ha de ser prescindir de tal adicción tan bien condicionada, sino por las secuelas derivadas de un gasto de energía injustificable en la naturaleza, sobre todo en cuerpos y mentes en formación, que pueden desembocar en todo tipo de enfermedades físicas o mentales y en malos hábitos, y esto es algo de lo que deberían ser conscientes los deportistas, profesores deportivos y padres.

Nos hacen creer que la competición es una preparación para una vida inmersa en una sociedad dividida en triunfadores y perdedores. Pero la Vida no es así. Por ello esta práctica está fuera de lo que podemos considerar KARATE, y por tanto para nosotros exenta de interés.


Como contraataque, al Karate tradicional se le suele acusar de utilizar determinadas prácticas contrarias a la salud, tales como deformaciones en las articulaciones por el golpeo contra determinados artefactos de entrenamiento, o problemas cardiacos o circulatorios derivados de algunas prácticas de tensiones musculares o respiratorias. Es claro que aquello que no se conoce no puede practicarse de manera correcta. Si Okinawa es conocida mundialmente por algo más que por ser la cuna del Karate, es por ser uno de los sitios del mundo con una mayor longevidad entre sus habitantes. En su modo de vida hay un respeto constante por la salud, en su alimentación, en su trabajo, en sus artes y aficiones. El Karate como producto de esta cultura y profundamente influenciado por la medicina tradicional china, tiene una especial preocupación por la salud de sus practicantes a todos los niveles. Si el entrenamiento se lleva a extremos poco saludables es debido a una decisión personal o al desconocimiento de su correcta realización, no a una exigencia de la práctica normal.

Hemos visto que el Karate como actividad competitiva o deportiva es muy limitado en el tiempo, y una vez desprovisto de objetivos hace perder la motivación con la edad. Los ex competidores abandonan la práctica, o buscan con desesperación aquellos conocimientos y experiencias que se les suponen tras tantos años de práctica. En el Karate-dô el mantenimiento de nuestra salud, el mejoramiento técnico, y al fin, el conocimiento de nuestra verdadera naturaleza, nos hace esforzarnos hasta el día de nuestra muerte. Una máxima dice: El Karate es para siempre.

Para nosotros el Karate no es un deporte y menos de equipo. En una situación real de autodefensa, o simplemente en una situación importante de la vida cotidiana, nos enfrentamos solos a los propios miedos y al peligro externo. Cuando entrenamos en el dôjô, cada uno debe aprender la totalidad del sistema, por si mismo, por medio de su propio esfuerzo. No hay diferentes especialidades como en los deportes de equipo para funcionar apoyándose unos en otros. Sin embargo debemos tener la necesaria humildad para reconocer que nuestros progresos y éxitos no solo son personales, sino que son fruto de la ayuda de los compañeros y del interés del Sensei, y en el caso de los más jóvenes, también del apoyo de los padres que están al tanto, pagan las cuotas y se molestan en llevarlos a las clases. Todos ellos merecen nuestro respeto y agradecimiento por su participación en nuestros logros.

El Karate tradicional no es un sistema hecho para ganar, sino para no perder, no para atacar, sino para defender, no para matar sino para vivir. Es una forma de vida que busca nuestra verdadera esencia en el trabajo constante, no en éxitos puntuales y pasajeros, y nos transforma en personas seguras, positivas y respetuosas. El Karate así entendido es una actividad que nos acompañará toda nuestra vida, no un mero recuerdo de competencia juvenil.
El Karate-dô tampoco es una fábrica de “campeones” o de “maestros”, sino que al contrario forma personas “normales”, modestas, que no intentan llamar la atención, pero que por ser gente equilibrada y con recursos, suelen destacar allá donde van.

Solo cuando el practicante tiene la suficiente madurez para valorar sus triunfos y sus fracasos se debería aplicar la competición como sistema educativo, como forma de probarse a sí mismo. En nuestro sistema, los exámenes de paso de cinturón cumplen esta función. Y a pesar de todo lo dicho, organizar puntualmente “competencias” y demostraciones con el solo propósito de la convivencia y el intercambio con otros practicantes, sin ser una actividad primordial en la formación del practicante, puede ser muy positivo. Si una persona no tiene autodisciplina quiere presumir de su destreza física. Las demostraciones públicas deben ser una muestra del entrenamiento constante y no de la habilidad del ego

Para nosotros lo verdaderamente importante en nuestras actividades es aprender algo, dar y recibir, no sobre/infravalorarse ni exhibirse, y menos, a costa de otros.

Este escrito no es un alegato en contra del deporte o de la competición, sino a favor de la clarificación de que el Karate-dô es mucho mas que una actividad deportiva, que su fin no es aportar “gloria” a naciones, comunidades o municipios, sino ofrecer a los practicantes bienestar, educación y el aprendizaje de un arte que podrá darles beneficios físicos, mentales y espirituales durante toda la vida.

Antonio Avila


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