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domingo, 6 de noviembre de 2016

UNA REFLEXIÓN IMPORTANTE - II PARTE


En la primera parte de este artículo, ya hemos citado al ego en dos ocasiones directamente relacionadas con el miedo a la pérdida que siempre implica la muerte. Nuestro ego siempre discriminatorio, tiene clara la diferencia entre yo y los otros, y sufre por partida doble por el apego a ambas entidades que son parte del ilusorio mundo que ha creado para sentirse seguro. El pensar y tomar consciencia de que con la muerte todo vuelve a su estado natural, que se disuelve la ilusión (y el ego), hace que se inviertan demasiadas energías en afirmar el propio ego, dándole fuerza a través de la competitividad, el “éxito” social, la imagen...

En la práctica del Zen se denomina la “Gran Muerte” a la liberación del ego, a la trascendencia por tanto de la vida y de la muerte, a la libertad de vivir, y morir. Un hombre se acercó a un maestro zen y le solicitó ser su discípulo. El maestro le dijo: “¿Estás preparado para morir?”. El hombre le contestó: “Vine para aprender Zen, no para morir” y le dijo el maestro: “Si no mueres, nunca aprenderás Zen”. Yamamoto Tsunemoto, en su Hagakure, también hace referencia a esta muerte del ego: “Para seguir la Vía uno debe sacrificar su propia vida”

El Zen considera que la búsqueda del mejoramiento humano pasa por el constante intento de debilitar y finalmente derrotar al ego. Lo contrario a lo que hace la individualista sociedad en la que vivimos, que no hace mas que ensalzarlo. Los antiguos samurai, atrapados en complicadas relaciones de fidelidad, honor y vasallaje, tenían tan diluido su ego en el grupo, que no dudaban en poner a su disposición la propia vida, actitud que permitía no solo un mayor arrojo en el combate, sino una percepción mas intensa de la vida y de su delicada inconsistencia. En la cultura japonesa morir llega a considerarse una liberación de los problemas terrenales y el triunfo final sobre el ego, y por ello al difunto se le denomina hotoke, algo así como "iluminado".

Antigua representación del suicidio ritual (seppuku)

 Tanto el aceptar plenamente la muerte como parte de la vida, como el bien morir, en el caso de poder ser conscientes del proceso, implica un trabajo espiritual continuado, con reflexiones especiales en ciertas épocas del año, como es el caso, a través de la meditación continuada y de otras practicas espirituales como puede ser la vertiente mas elevada de la práctica del Karate-dô. Este Camino () espiritual nos permitirá sobre todo en la hora final controlar pensamientos y emociones, apartando la tristeza, la amargura, el miedo o el arrepentimiento, sin desear comprender, sin aferrarse a nada, desapareciendo en un sueño como nubes que pasan.

Y si en nuestra vida hemos intentado dejar un buen ejemplo, también los haremos en la muerte como lo expresaba el samurai Morikawa Kyoryku en este jisei o poema realizado en el umbral de la muerte.

Hasta ahora pensaba
que solo se morían
los mediocres.
Pero si también mueren los que no lo son
¿no producirán, seguramente, mejor estiércol?

Como hemos visto la reflexión sobre el trascendental tema de la vida y de la muerte debe formar parte de nuestra vida espiritual y diversas actitudes y elementos pueden ayudarnos en esta tarea.

El karategi (空手 traje de Karate) es de color blanco, color ligado tradicionalmente a la muerte y al luto en Japón, por ello los samurai se vestían de blanco para realizar el ritual de suicidio (Seppuku). También se vestía de blanco al difunto, por lo que este color también tiene un sentido de trascendencia hacia un estado superior, invitándonos a una mayor presencia ante el que podría ser nuestra “última práctica”. Vestir pues el karategi es asumir un estado especial de consciencia ante la intensidad de la vida en el momento presente. Simboliza la muerte del ego y de las actitudes egóticas al menos en el dôjô. Decimos que si por el contrario permitimos que “el ego se ponga el karategi”, le daremos una vía de escape y se fortalecerá.
En el tatami, dedicaremos toda nuestra atención a la práctica, fluyendo con ella, sintiendo, como dicen los maestros zen, como en cada inhalación renacemos y en cada exhalación morimos.



Fuera del dôjô podemos utilizar algún objeto que nos haga presente este tema de reflexión. Por ejemplo un rosario o pulsera budista de “cráneos” que simbolizan la in-permanencia de la vida a la vez que la existencia de algo mas perdurable y profundo.



 “Si no hubiera sabido que ya estaba muerto,
habría lamentado perder la vida”.
Ota Dokan (1432-1486)

No podemos olvidar nuestra vida espiritual y centrarnos en lo material, aunque tampoco debemos hacer lo contrario, porque esta división no existe. Lo espiritual se expresa en lo material, es la fuerza que lo anima, y lo material tiene una gran influencia en lo espiritual. Cuerpo, Mente y Espíritu, las tres batallas (Sanchin) a librar para Ser uno con todo.
(Fin del artículo)

Antonio Avila

Lecturas recomendadas:

BLANCO, J.R. : Tánatos en el Cultura Japonesa Tradicional. Arte Editorial. Madrid, 2012
KAPLEAU, P. : El Zen de la Vida y de la Muerte. Ed. Oniro. Barcelona, 2012
YOSHO, Y. : Hagakure. Breviario del Samurai. Ediciones Obelisco. Barcelona, 1989 (Prólogo de Carmelo H. Ríos)

CINTOS NEGROS EN EL ICHIBAN DOJO


Sensei Luis con grupo de chicas participantes en el entrenamiento

El pasado sábado 5 de Noviembre, ha tenido lugar en el Ichiban dôjô de Murcia una nueva práctica para cinturones negros de la IOGKF España, como siempre a cargo de su instructor jefe,  sensei Luis Nunes.

El kata Sanseru fue el objeto de dicha práctica. Entre flexiones de brazos y piernas, se desgranaron aspectos técnicos de su ejecución, así como de su utilidad y aplicaciones.

Antonio, Ana, Susana y Raúl con el sensei Luís
















Susana. Ude kitae

Nuevos conocimientos para aplicar a nuestro progreso.

Arigatou gozamaisu sensei

Antonio Avila


viernes, 4 de noviembre de 2016

UNA REFLEXIÓN IMPORTANTE - I PARTE


En la Iglesia Católica, el día 2 de Noviembre es el Día de los Difuntos, y es dedicado a orar por aquellos creyentes que abandonaron su vida terrenal, y en especial por los que tras hacerlo, aún se encuentran en un estado de purificación. Para ello, en una actitud de recogimiento, se asiste a la Misa de Difuntos. En España es costumbre asistir en estos días a los cementerios y visitar las tumbas de los familiares, adecentarlas y ofrecer flores.

Cementerio de Cártama, Málaga. Día de Difuntos
 Esta celebración de origen ancestral, se da en todas las culturas, tanto para honrar a los antepasados, como para cubrir la necesidad del ser humano de mantener el “contacto” con los difuntos, de tener la sensación de que no se han extinguido y de que cuando nos toque, tampoco lo haremos.

Al igual que en Occidente el Cristianismo asimiló esta costumbre, el Budismo hizo lo propio tanto en Japón como en Okinawa: El llamado Obon (お盆) se celebra en Julio (Okinawa) o Agosto, según nos encontremos en una u otra región, durante tres días a partir de una fecha establecida por el calendario lunar. La fiesta es en homenaje a los espíritus de los antepasados y también las familias se reúnen y visitan las tumbas limpiándolas y compartiendo alimentos.
Antigua foto del Obon. Okinawa

 El escribir este artículo estuvo motivado por aprovechar estos días para invitar a que hiciéramos una reflexión mas detenida sobre la vida y la muerte. La coincidencia del reciente fallecimiento del sensei Chris Larken de Australia y de otros familiares de amigos y alumnos en estas fechas ha hecho mas profunda, si cabe, esta reflexión.
            Al margen de nuestras fe o creencias sobre lo que nos encontraremos o no tras la muerte, darle sentido a nuestra vida es dársela a nuestra muerte. La trascendental pregunta sobre el sentido de la vida y de la muerte, es nuestra principal preocupación existencial, y sin embargo eludimos esta pregunta pues nos angustia no poder responderla. “En cien años todos calvos”, decimos a modo de mofa, aunque interiormente pensamos que somos la excepción a esa regla. Los jóvenes incluso piensan que tienen tiempo ilimitado, que nunca serán viejos, o que la vida que sienten con tanta fuerza no se puede perder de un segundo a otro.
La sociedad moderna, mas que nunca, se aparta de su vida espiritual y oculta la idea de la muerte, reforzando así su misterio a la vez que el miedo hacia ella. No quiere restos de difuntos que la recuerden, lo que suele producir duelos mas amargos y lutos mas cortos pues hay que abandonar pronto la idea. Luego nos “reiremos” de ella disfrazándonos de “muertos vivientes”. En ocasiones se sufre la muerte de otra persona, mas que por su propio destino, por devolvernos la consciencia de nuestra mortalidad y la agonía existencial que esto nos provoca, o por el dolor de nuestro propio ego al perder a alguien que siente como suyo

Cuando por algún acontecimiento especial caemos en la cuenta de que somos mortales, el temor a la muerte resurge con sentimientos relacionados con el dolor, el abandono, la agonía, el miedo a lo oscuro y desconocido, pero sobre todo a la pérdida de la identidad, de ese ego querido que me identifica como individuo. Algunos buscan de inmediato refugio en su fe, en caso de tenerla, pero lo que va siendo mas normal es buscarlo en una incesante búsqueda del placer, en una mal interpretada filosofía del carpe diem de Horacio, y en el peor de los casos en el alcohol o las drogas.

Entonces ¿que podemos hacer? ¿como solucionar este problema y vivir la vida sin temor? Nuestra vida no es un misterio que deba resolverse, sino una realidad que debe vivirse, y quizás sentir amor por la vida sea el único antídoto efectivo, el disfrutar de nuestro ikigai, nuestra razón de vivir en cada instante.


El samurai Yamamoto Tsunemoto escribió a principios del siglo XVIII: “Para ser un samurai perfecto es necesario prepararse para la muerte mañana y tarde, incuso todo el día”. Si reflexionamos sobre la fragilidad de la vida, esto nos hace centrarnos en aquello que es realmente importante, dejando de lado aquellos asuntos que solo nos hacen perder tiempo y que no son tan importantes. Volviendo a citar a  Yamamoto Tsunemoto: “Hay pocos problemas realmente importantes, sólo se presentan dos o tres en toda una existencia”. Entregarse por completo al momento, a lo que somos y hacemos aquí y ahora, de forma generosa y humilde, da intensidad a nuestra vida y nos funde con ella, haciéndonos en cierta forma desaparecer, vivir muriendo. Hacer las cosas con distanciamiento, de forma egoísta e interesada, sin atención y con mal talante es justo lo contrario; morir viviendo. 


Fin de la primera parte

Antonio Avila