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viernes, 4 de enero de 2019

MISOGI: Confieso que, hoy ha sido mi primera vez…


He de confesar que, rozando los cuarenta, lo he hecho por primera vez y hasta el final, con todas sus consecuencias.



¿Cómo ha sido mi experiencia?




Positiva, gratificante, enorgullecedora, saludable, emocionante, e incluso placentera. Después de posponer año tras año, a veces por motivos laborales, otras por no enfrentarme a mi temor a no realizar lo que he decidido hacer, por excusas que uno mismo se pone para no hacer, decir lo que realmente quiere o siente por motivos que ni uno mismo comprende cuando sólo, que sepamos, hay una única vida con un tiempo indeterminado pero finito.



En fin, lo primero sería tomar la decisión, la decisión de realizarlo, decir voy a hacerlo, y punto. Pase lo que pase, pienses lo que pienses, sientas lo que sientas, has tomado la decisión y, no debe ser cambiada porque es tuya, te pertenece sólo a ti, y si no eres capaz de mantenerla, de materializarla, una simple decisión personal, vas por mal camino, porque te encuentras a merced de los otros, lo que los demás esperen, piensen, digan de ti, o no mucho mejor, a merced de tus propias excusas. No podemos someter la realización del ritual al estado anímico del momento como la motivación, la pereza, el creer no soportar el frío, no cumplir con las expectativas de los demás, o peor aún, al juez de la autoconciencia, a la autobiografía experiencial negativa, inundando tu ser a otra sensación de fracaso.

Antes de iniciar el ritual, las dudas te golpean, los para qué estoy aquí, el temor a no estar a la altura, y el frío, ¡ese frío que cala hasta los huesos!, pero que al mismo tiempo te conecta con tu vulnerabilidad y la Naturaleza, al despojarte, aunque sea por un breve espacio de tiempo, de las comodidades de la vida postmoderna, donde nos sentimos o creemos sentir, a salvo. Y este frío te recuerda que todos, absolutamente todos, somos iguales ante él.

Una vez tomada la decisión con antelación, e iniciado el misogi debes dejarte llevar por el ritual, y como siempre, apoyarte en tu modelo a imitar, el Sensei, que va un paso por delante, al conocer las reglas, el sentido y como persona que cohesiona al grupo y al acto en sí.


Durante el ritual, el frío te juega malas pasadas, incluso te hace temblar, a esto hay que sumarle los pensamientos, que por mucho que te diga el Sensei, hay que dejarlos pasar, no apegarse, no enfrentarse a ellos, los tienes de todos los tipos y colores, tirando para el morado, que creo que es el color del frío. Los quince minutos de meditación, sin poder moverse una vez colocados en la posición meditativa, se vuelven una eternidad, y la planta de los pies te recuerde que eres igual a los demás, pero la imagen que tienes ante tus ojos es impresionante, el mar calmado pero sin dejar de fluir, la supuesta constante orilla que con el vaivén de las olas va cambiando de forma imperceptible al ojo humano, como uno mismo con el paso del tiempo, lentamente pero sin pedir permiso ni perdón. El horizonte siempre distante e inalcanzable que te recuerdas que siempre debes tener uno hacia dónde mirar y caminar. El sonido del mar, que te acompaña en el ritual como una banda sonora perfecta. El viento, el frío viento que se cuela entre el Karate-gi y tu cuerpo susurrándote lo cómodo que estarías en tu cálida cama, lo absurdo de tener que pasar por todo esto, y alargando la distancia entre un segundo y el siguiente.

Al escuchar el sonido del cuenco tibetano que indica que finaliza la meditación, saludas al horizonte, agradeces que esté ahí para ti, y te levantas, no sin cierta dificultad, para realizar los 108 tsukis. 108, por lo visto un número sagrado, importante en la tradición oriental, en el budismo, que dice que tenemos 108 pasiones negativas, ¡108!. En nuestro estilo, qué bien suena, "nuestro estilo", hay un kata, el último que se aprende, que lleva su nombre Suparinpei, pero este kata no es mío, aún. Pero hay otro kata Sanseru (que sí es mío, o cada vez lo que repito se vuelve más mío, del mismo modo que deja de serlo al no practicarlo) y que significa 36 que multiplicado por 3 (pasado, presente y futuro) obtenemos de nuevo el 108. En fin, en cada tsuki, en cada golpe al aire, hay que hacerlo con la intención (kime), y fuerza, para expulsar, golpear, vencer a esas 108 pasiones negativas.



Tras los tsukis viene la parte más dura, más temida, más fría, pero a la vez más valiente, más significativa, más transformadora: meterse en el mar para realizar el acto de pureza de dejar atrás lo negativo del pasado (o las 108 pasiones negativas), experimentando el presente con el kata Sanchin y enfocarnos hacia un futuro lleno de un yo, más consciente. ¡He aquí mi primera vez!, veo al Sensei decidido, como poseído por el espíritu de una decisión tomada con antelación, dirigirse al agua, y lo sigo, más bien lo seguimos, sin dejar de perderlo de vista, con la visión periférica que se entrena con Saifa, mar adentro, hasta que se para y, se sumerge por completo en el agua para salir bautizado por el misogi. Lo imito, y totalmente mojados, iniciamos, todos, juntos, el kata Sanchin.

Durante la ejecución del kata, otra enseñanza del Sensei, conecta con tu chi, o era el ki sensei? Pero ¿qué ki?, ¿dejo de hacer el kata y lo busco? Y ¿dónde lo busco?, y si lo encuentro, ¿dónde lo guardo si el Karate-gi no tiene bolsillo? Seguro que se me ha mojado y ya no me sirve. Ya queda menos y lo estás logrando, juntos, lo estamos consiguiendo.

Al finalizar el kata, salimos caminando de espalda a la orilla (de espalda al pasado, a las 108 pasiones), sin dejar de mirar hacia nuestro horizonte, y manteniendo la atención en el presente para evitar no caernos. Fuera del mar, en la orilla, totalmente mojados, realizamos el segundo kata del año, Tensho. Nunca había hecho el kata con tanta dificultad como en ese instante, incluso el Sanchin dentro del mar no me supuso tanta dificultad como éste último.













Saludo final al horizonte y finalizado el misogi, a cambiarse el karategi empapado para comernos unos churros con su con su chocolate calentito. ¡Cómo suena ahora la palabra calentito! Adquiere un significado más profundo.

Evaluación final del Misogi

Curiosamente durante todo el día me he sentido más enérgico físicamente, con mucha vitalidad y más despierto mentalmente, más despejado, con la satisfacción de haber conquistado un logro más en la vida, de superar la pequeña espina de no enfrentarme al ritual del misogi.
El misogi a simbolizado para mí (junto con el año nuevo), un momento idóneo para reflexionar sobre lo que has estado haciendo en tu vida, lo que haces en tu presente, con un sentido crítico, sin ser demasiado duro con uno mismo, y hacia dónde se dirigen tus acciones y pensamientos futuros, acercándose o no, hacia lo que en otro presente, te gustaría recordar como hoy hago. Y en ese recuerdo y presente, se encuentra continuar, a ser posible sin interrupciones, mi práctica en el Karate tradicional, con la guía insuperable de mi Sensei, con el aliento de mis senpais y la compañía de mis compañeros de viaje.
No debo olvidar que el misogi es un acto en grupo, y que gracias al grupo se presenta la posibilidad de realizarlo, por eso quiero agradecer a mis senpais como a mis compañeros karatekas, esta oportunidad de mejorar mi yo presente.

Por supuesto, a uno de mis mentores, el Sensei Antonio Ávila, al que le agradezco sus enseñanzas no sólo en el ámbito del Karate tradicional okinawense. Como ayer, hoy y siempre, ¡Arigato gozaimasu Sensei!

Nota: hoy también ha sido la primera vez que escribo en el blog de forma oficial, formal.

David Lucas Lobato

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