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domingo, 2 de diciembre de 2018

ENCUENTRA TU IKIGAI EN EL DÔJÔ ( 生き甲斐)


Decía el maestro Shigeru Egami “Me gustaría enseñar a la gente que no pueda encontrar el sentido de la vida, a los que están pasando la vida sin hacer nada, que hay un camino como este” (Karate-do sen mon kai ni okuru, Kudansha, Tokyo, 1970)


La palabra Ikigai puede ser traducida como “lo que tiene valor en la vida”, por lo que realmente vivimos. Ya sabemos que al ser preguntados por ello hay cosas evidentes o solo políticamente correctas para contestar: los hijos, el trabajo, el amor, etc. Pero la contestación no viene de lo evidente sino de una profunda y continuada observación y reflexión sobre nuestras vidas. Quizás lo que nos hace felices sea una actividad “sin importancia” o “sin provecho”, o una “gran empresa”.   Son “actividades”, porque necesitan actividad, hay que practicarlas de forma que cuerpo y mente se fundan por completo, unificándonos, haciéndonos vivir en el presente, donde el tiempo deja de tener sentido.

Decimos que nuestro objetivo en la vida, lo que todo el mundo busca, es la felicidad. Pero ¿que cosas nos hacen realmente felices? Por otra parte la felicidad no es un estado permanente sino una tendencia que depende principalmente de nuestra actitud.

Para reconocer lo que nos hace felices y hallar los recursos necesarios para mantener esa tendencia a ser feliz, puede ser de ayuda nuestra práctica del Karate-dô. Porque al dôjô de Karate no solo venimos a aprender a defendernos, venimos a aprender cosas de la vida.
Un dôjô (literalmente “el lugar del camino”) es un lugar donde cada uno de sus miembros son parte de él y así lo sienten, hasta el extremo de que el dôjô se encuentra donde ellos estén. Como en una familia, se celebran los grandes o pequeños logros de todos, pero también las pequeñas cosas como compartir una cerveza, una conversación o hacer una fiesta por la entrada de la primavera. También se comparten las dificultades en la práctica y, en la medida de cada cual, las de la vida cotidiana. Igual podemos pedir consejo para mejorar la práctica como para resolver un problema. Pues como decía el maestro Funakoshi, no debemos pensar que el Karate está solo en el dôjo. 

El reunirse para sudar y esforzarse juntos en las sesiones de práctica crea un gran espíritu de colaboración mutua. Las experiencias en el tatami dan un grado de confianza que ni siquiera se consigue con muchos de nuestros familiares y amigos. Con asiduidad se comparten y se trabaja la gestión de todo tipo de emociones y estados de ánimo como el miedo y la inseguridad, la alegría, la satisfacción, la auto-superación, la pereza, la motivación...














Las sensaciones del entrenamiento deben lograr un balance positivo, aunque no siempre estén exentas de mucho esfuerzo y perseverancia, e incluso a veces de sufrimiento y dolor, pues no hay equilibrio si solo buscamos la experiencia de lo positivo y agradable. En la tradición zen se dice que no debemos perseguir un objetivo o un provecho en el entrenamiento (mushotoku), ni juzgarlo como bueno o malo, solo realizarlo de manera sincera estando presente, disfrutando el momento. A un buen amigo le preguntaron el porqué practicaba el arte de desenfundar el sable (Iaidô) si en la sociedad moderna era algo inútil. A lo que él le contesto: “Pues por eso”. El Iaidô, como el Karate en alguno de sus aspectos, es un arte practicado por sí mismo, que ayuda a “cortar” los objetivos del ego y que se disfruta al margen de que no tenga sentido o valor para otros o que no tenga reconocimiento social. Pero aún así, hay siempre un sustrato de disfrute y satisfacción personal que nos motiva.
Un elemento importante del dôjô es el Sensei. La palabra sensei significa literalmente “el que ha nacido antes”, actualmente mas en el sentido de que ha comenzado antes en el camino del Karate. Su papel tiene que ver en primer lugar con la motivación de los alumnos, acompañándolos en su recorrido y planteándoles nuevos retos. En un arte eminentemente práctico su experiencia es fundamental pues nadie da lo que no tiene, ni enseña lo que no sabe. Cohesiona el dôjô siendo uno de los puntos de referencia donde todos pueden ver un ejemplo de lo que dice. El sensei mantiene su “espíritu de principiante” (soshin) aprendiendo siempre de sus alumnos y de sus maestros, pues no se puede hacer algo grande solo, y no  venimos al mundo a competir, sino a ayudarnos los unos a los otros. Aprecia y hace apreciar el esfuerzo tanto de los superdotados como el de los menos dotados, así como el valor de las tareas o habilidades mas simples cuando son llevadas a la perfección. El sensei no busca de sus alumnos ningún reconocimiento, son estos los que le ofrecen su respeto por lo que ven en él. El sensei quiere para sus alumnos lo mismo que para él: Personas cuya presencia no se note, pero su ausencia se sienta.
Ichi go, ichi e” es una frase proveniente de la ceremonia del té (Cha no yu) que reza: “una vez, un encuentro”, en referencia a la importancia de cada instante al no ser este repetible. En la práctica del Karate-do se necesita esta actitud especial. Es necesaria la búsqueda de la plena consciencia en lo que se hace, primero en el dominio de nosotros mismos (el objeto principal de estudio) atendiendo a nuestros aspectos físicos, técnicos y mentales (shin-gi-tai), condición indispensable para poder dominar a un oponente en un combate o en cualquier aspecto de la vida ("Conócete primero, luego conoce a los demás".). Por ello todo lo que hacemos, hasta el más mínimo detalle, hasta algo que puede parecer sin importancia, puede convertirse en un apasionante trabajo. Así, en Japón, actividades tan simples como preparar un té, han llegado a la categoría de camino espiritual.
El estudio del Karate-dô es para siempre” . Esta es una frase recurrente en nuestra práctica. Tras muchos años en el Karate-dô cada vez es mas percibido por el karateka como un arte o una filosofía práctica, de hacer lo que decimos, lo que tiene mucho que ver tanto con su grado de conocimiento y dominio, como con la profundidad de su práctica. El Karate-dô nos hace adquirir una serie de hábitos que nos motivan a mantener nuestra actividad y a disfrutarla hasta el final de nuestros días, dando sentido a todos los estadios de la vida. Al principio la motivación está en el aprendizaje, independientemente de la edad a la que se comience y de las expectativas que se tenga al hacerlo. Al final, en devolver el esfuerzo invertido por nosotros y por otras muchas personas en nuestra instrucción, influyendo en el ambiente de los demás a través de nuestra actitud positiva ante la vida y la ayuda a los otros compartiendo nuestra experiencia. “Cambia el mundo, cambiando tu mismo”, es una máxima zen. Compartir con las siguientes generaciones trasciende la importancia de una persona y es un generoso acto que puede convertirse en Ikigai.
En japonés la práctica se denomina “keiko”, que se traduce como “reflexionar sobre el pasado”. Cuando solo miramos hacia delante creamos un mundo de inseguridades, pues no sabemos porque pasan la mayoría de las cosas. Pero si miramos hacia atrás con atención conoceremos el porqué. Todas las acciones en Karate, empiezan y terminan con un saludo (rei). Un saludo consciente que reconoce que presto toda mi atención al otro, a los objetos de entrenamiento o al dôjo mismo. Es el reconocimiento de que son dignos de respeto, pero también simboliza que comenzamos las cosas adecuadamente, al igual que las finalizamos, pues lo que mal empieza...

Cada sesión de Karate empieza y termina con mokuso, “mirar en silencio hacia el corazón”. Es un momento meditativo, de concentración interior, que nos desconecta de la carga mental que traemos y nos da un ritmo mas pausado y natural. Porque el Karate se hace de forma continua y pausada, aunque las sesiones puedan ser intensas. El Karate es como el agua hirviendo; si no la mantienes al fuego, se enfría. No se practica con una visión de corto plazo para satisfacer necesidades inmediatas como nos tiene acostumbrados la sociedad actual.
El Karate se puede seguir practicando aunque no tengas grandes cualidades, aunque no llegues a conseguir un alto grado, siempre alguna razón te mantiene y te da motivos para estar orgulloso de tu trabajo, pues estás en un medio en el que ves que las reglas que determinan el éxito o el fracaso no dependen de lo que crean los demás, y no te evalúas en función de conseguir objetivos sino de mantenerte en el camino. Dicen los psicólogos que la gente feliz planifica acciones, no resultados. También descubrimos que nuestro grado de Karate, nuestra posición social, nuestro poder económico o nuestro aspecto físico, no representan lo que uno verdaderamente es.  Todos en el dôjô merecemos el mismo respeto y aceptamos nuestro lugar en él con humildad, entendiéndola no como la creencia de que uno es menos, sino como la de que tampoco somos más.

En Karate entrenamos descalzos. Aunque lo hacemos en el medio seguro de un dôjô, nos desplazamos sintiendo el suelo bajo nuestros pies, como un regreso a nuestros orígenes. ¿Desde cuándo no andas descalzo? Es frecuente el llevar nuestra práctica a la playa o la montaña donde elementos como la respiración, las sensaciones y la concentración se integran con la Naturaleza. La total desconexión con el medio natural o solo “de visita” nos priva de un gran elemento de disfrute vital. Reconectar con la Naturaleza, es reconectar con nuestra propia naturaleza.
Dice un proverbio zen que  el propósito de aprender, es poner en práctica lo aprendido, por ello el Karate-dô “tradicional” por contraposición al deportivo, pone especial énfasis en estas cuestiones mas que en la defensa personal en sí, aunque no siempre son evidentes para todos los alumnos, pues es importante el nivel de comprensión de cada cual.  Si el objetivo  de la enseñanza es pelear o competir, el entrenamiento va dirigido a este fin, pero si el objeto de estudio somos nosotros mismos, el entrenamiento es diferente, y esto es lo que diferencia al Karate llamado tradicional.
Por todo esto creo que el dôjo es un lugar adecuado para la búsqueda del Ikigai personal, da herramientas para encontrarlo sea dentro o fuera del Karate-dô. El éxito en tu vida depende principalmente de tu actitud ante ella, no de tu “éxito” profesional, al igual que en el dôjô depende de la que tengas en la práctica diaria no del cinturón que luzcas.


Y hagas Karate-dô o no, recuerda que sonriendo siempre se aprende más.

Así que, ¿a qué esperas para buscar tu Ikigai?


Antonio Ávila










viernes, 4 de noviembre de 2016

UNA REFLEXIÓN IMPORTANTE - I PARTE


En la Iglesia Católica, el día 2 de Noviembre es el Día de los Difuntos, y es dedicado a orar por aquellos creyentes que abandonaron su vida terrenal, y en especial por los que tras hacerlo, aún se encuentran en un estado de purificación. Para ello, en una actitud de recogimiento, se asiste a la Misa de Difuntos. En España es costumbre asistir en estos días a los cementerios y visitar las tumbas de los familiares, adecentarlas y ofrecer flores.

Cementerio de Cártama, Málaga. Día de Difuntos
 Esta celebración de origen ancestral, se da en todas las culturas, tanto para honrar a los antepasados, como para cubrir la necesidad del ser humano de mantener el “contacto” con los difuntos, de tener la sensación de que no se han extinguido y de que cuando nos toque, tampoco lo haremos.

Al igual que en Occidente el Cristianismo asimiló esta costumbre, el Budismo hizo lo propio tanto en Japón como en Okinawa: El llamado Obon (お盆) se celebra en Julio (Okinawa) o Agosto, según nos encontremos en una u otra región, durante tres días a partir de una fecha establecida por el calendario lunar. La fiesta es en homenaje a los espíritus de los antepasados y también las familias se reúnen y visitan las tumbas limpiándolas y compartiendo alimentos.
Antigua foto del Obon. Okinawa

 El escribir este artículo estuvo motivado por aprovechar estos días para invitar a que hiciéramos una reflexión mas detenida sobre la vida y la muerte. La coincidencia del reciente fallecimiento del sensei Chris Larken de Australia y de otros familiares de amigos y alumnos en estas fechas ha hecho mas profunda, si cabe, esta reflexión.
            Al margen de nuestras fe o creencias sobre lo que nos encontraremos o no tras la muerte, darle sentido a nuestra vida es dársela a nuestra muerte. La trascendental pregunta sobre el sentido de la vida y de la muerte, es nuestra principal preocupación existencial, y sin embargo eludimos esta pregunta pues nos angustia no poder responderla. “En cien años todos calvos”, decimos a modo de mofa, aunque interiormente pensamos que somos la excepción a esa regla. Los jóvenes incluso piensan que tienen tiempo ilimitado, que nunca serán viejos, o que la vida que sienten con tanta fuerza no se puede perder de un segundo a otro.
La sociedad moderna, mas que nunca, se aparta de su vida espiritual y oculta la idea de la muerte, reforzando así su misterio a la vez que el miedo hacia ella. No quiere restos de difuntos que la recuerden, lo que suele producir duelos mas amargos y lutos mas cortos pues hay que abandonar pronto la idea. Luego nos “reiremos” de ella disfrazándonos de “muertos vivientes”. En ocasiones se sufre la muerte de otra persona, mas que por su propio destino, por devolvernos la consciencia de nuestra mortalidad y la agonía existencial que esto nos provoca, o por el dolor de nuestro propio ego al perder a alguien que siente como suyo

Cuando por algún acontecimiento especial caemos en la cuenta de que somos mortales, el temor a la muerte resurge con sentimientos relacionados con el dolor, el abandono, la agonía, el miedo a lo oscuro y desconocido, pero sobre todo a la pérdida de la identidad, de ese ego querido que me identifica como individuo. Algunos buscan de inmediato refugio en su fe, en caso de tenerla, pero lo que va siendo mas normal es buscarlo en una incesante búsqueda del placer, en una mal interpretada filosofía del carpe diem de Horacio, y en el peor de los casos en el alcohol o las drogas.

Entonces ¿que podemos hacer? ¿como solucionar este problema y vivir la vida sin temor? Nuestra vida no es un misterio que deba resolverse, sino una realidad que debe vivirse, y quizás sentir amor por la vida sea el único antídoto efectivo, el disfrutar de nuestro ikigai, nuestra razón de vivir en cada instante.


El samurai Yamamoto Tsunemoto escribió a principios del siglo XVIII: “Para ser un samurai perfecto es necesario prepararse para la muerte mañana y tarde, incuso todo el día”. Si reflexionamos sobre la fragilidad de la vida, esto nos hace centrarnos en aquello que es realmente importante, dejando de lado aquellos asuntos que solo nos hacen perder tiempo y que no son tan importantes. Volviendo a citar a  Yamamoto Tsunemoto: “Hay pocos problemas realmente importantes, sólo se presentan dos o tres en toda una existencia”. Entregarse por completo al momento, a lo que somos y hacemos aquí y ahora, de forma generosa y humilde, da intensidad a nuestra vida y nos funde con ella, haciéndonos en cierta forma desaparecer, vivir muriendo. Hacer las cosas con distanciamiento, de forma egoísta e interesada, sin atención y con mal talante es justo lo contrario; morir viviendo. 


Fin de la primera parte

Antonio Avila